26 de noviembre de 2015

La multiplicidad del Ser

Entrevista a Alejandro Jodorowsky
Hace unos días, no muy lejos de su casa en París, Alejandro Jodorowsky iba por la calle y se cayó. Se lastimó el codo y la rodilla y tuvieron que darle puntos en la herida que se hizo en la frente. “Pero no me quebré nada ni tuve una conmoción cerebral. Me recogieron varias personas y el farmacéutico me curó gratis. Todavía se puede confiar en la humanidad”, dice ahora con una sonrisa.

El escritor que tiene un teléfono inteligente como fuente de inspiración está sentado en el rincón de una biblioteca. “Leo el periódico en una tablet. Me la llevo al baño y ahí leo. Como las noticias son tan terroríficas, me cago de miedo, literalmente,” dice con una carcajada. Gesticula con las manos cuando habla y confiesa que guarda en el bolsillo de su abrigo negro un juego de cartas. “Las traigo siempre. Todos los miércoles leo el tarot gratis a 30 personas en un café que está al lado de mi casa. Trabajo desde las ocho de la mañana hasta las nueve de la noche. Las cartas hablan, desde luego, pero no tanto como él. A cada pregunta responde con una afirmación y un cuento. “Los cuentos me salvaron de morir cuando era niño”.
Pero hasta hace poco no confiaba en la tecnología y, sin embargo, ahora está enganchado al móvil y al Twitter, donde tiene más de un millón de seguidores.
Bueno, las ideas no son eternas. Uno puede cambiar de ideas. Se deben cambiar como de camisas. Las verdades son verdades hasta que dejan de ser útiles. Empecé a usar la computadora y el móvil y mi vida progresó porque se me abrieron nuevos horizontes. Las cosas no son buenas ni malas, depende cómo las uses.
Una persona está hecha de contradicciones. ¿Cuáles son la suyas?
Precisamente la multiplicidad. Como soy múltiple puedo afirmar varias cosas a la vez contradictorias. Y esa multiplicidad, en el fondo, me lleva a la unidad. Es la metafísica: el mundo es una multiplicidad sostenida por una unidad, que es la energía primera.
En la portada de un libro, y en muchas otras fotos de usted, hay un gato que siempre le acompaña. ¿Quién es este gato?
Ay, este gato! Kasán se llamaba. 17 años conmigo y se murió. Y no lo he podido olvidar. Ya era humano. Le dio un tumor junto a la nariz. Mi mujer y yo marchamos, como hacen en México para hacer una peregrinación, y marchamos desde mi casa hasta el Arco del Triunfo, kilómetros y kilómetros, para que se curara. Y se mejoró un poquito. Recayó e hice tres marchas más. Y luego se murió. Ahora tengo otro gato, pero él es insustituible. Y, en mi inconsciente, Kasán, está. Llegó a casa cuando mi hijo pequeño tenía seis años. Le dije: ‘cómo vas a llamar a este gatito.’ Me dijo: ‘¡Kasán!’ Cuando se murió fui a Internet a ver qué era Kasán y resultó que es la ciudad más santa de Rusia, donde están todas las religiones santificadas. Y él era un santo. A mí me gustan mucho los animales. Los gatos, sobre todo. Porque son sinceros y cariñosos. Eran sagrados para los egipcios, por ejemplo. Porque pueden ver en la oscuridad. Eso, en términos psicoanalíticos, es ver en tu inconsciente. No te encuentras hasta que no atraviesas la oscuridad del inconsciente, hasta llegar a tu luz central. Entonces, el gato es tu guía.
Alegría que le faltó en su infancia y adolescencia. Quizá, sobre todo, cuando era un adolescente gordo.
Sí, llegué a pesar más de cien kilos. Y tenía un hoyo en la cabeza porque se me cayó el pelo y mi hermana se burlaba de mí. Y yo andaba arrastrando los pies y nunca mirando el cielo. Porque a los nueve años me llevaron, bruscamente, a un barrio obrero de Santiago de Chile, terrible, violento, por donde pasaba el tren a dos metros de ti. Y me acomplejé. Fue terrible. Pero luché por salir. Un día descubrí la poesía. Había por ahí una máquina de escribir, le puse un papel y escribí un poema. Inmediatamente un primo mío mayor se enamoró de mi obra y me llevó a un grupo de artistas jóvenes. Y, bueno, tuve publico. Cambió mi vida: adelgacé, comencé a ser feliz, empecé a ser artista, a hacer muñecos, títeres, danza, circo, pintura… Todo: no había un arte que no practicara. 
¿Realmente su familia era “monstruosa”, como ha dicho alguna vez?
Sí, lo era. Cada mes o cada dos meses, mi padre le ponía un ojo negro a mi mamá. De un puñetazo. Ella tenía unos ojos más azules que el azul y, como era lo más bello que tenía, ahí la golpeaba mi padre. Mi madre me insultaba tan fuerte que, de pronto, decía: mi padre tiene razón de tener rabia con ella pero no tiene razón de pegarle. Entonces, tenía un conflicto contra la razón de mi padre de enojarse y la sinrazón de pegarle. Y mi madre decía: ‘este está a mi favor.’ Y mi padre me decía: ‘traidor.’ ¡Pero yo no podía elegir a nadie! Mi madre nunca me acarició. Nunca me dio un abrazo. Y mi padre me agredía constantemente. Me decía: ‘¡maricón! Los bailarines son maricones, los poetas son maricones…’ ¡y yo era todo eso! Jamás tuve una conversación cercana con él. Siempre fui un solitario.
Y cuando ya usted tuvo hijos, ¿no cometió errores similares a los de su padre?
Muchísimos. Cuando se murió en un accidente uno de mis hijos, de 24 años, lo pasé muy mal. Me ocupé de ellos y, sobre todo, de no inhibirlos y de desarrollar su creatividad. Un día me llamaron de la escuela de uno: ‘señor, hace tres meses que su hijo no viene al colegio, ¿qué pasó?’ Y le dije al niño: ‘por qué, qué haces.’ Me dijo: ‘es que me voy al cine.’ Entonces lo apunté a una escuela de circo. Y fue feliz. Y ahora tiene mucho éxito.
¿Cómo se repone un padre de la pérdida de un hijo?
Fueron 10 años de sufrimiento. Viajé a dos lugares lejanos. Fui al sur de Chile a ver a una bruja, una machi, para que me curara, me dijera algo. Y me dijo: ‘sé valiente.’ Fue todo lo que me dijo. Luego fui a México a ver a mi maestro zen, japonés. Llegué deshecho y me dijo una sola palabra: ‘duele.’ Fue todo lo que me dijo. Y entendí que no tienes que luchar contra el dolor, tienes que sentirlo hasta que se pase. Y se demoró 10 años en pasar. Fueron diez años en los que sufrí día y noche. Luego fui aceptando todo y me cambió la vida, me cambió el arte, todo. Y fue para bien. ¿Increíble, no? Mi mayor desgracia es lo que más me ha servido. Es decir: con el tiempo, el dolor disminuye y el amor crece. Ese fue mi consuelo.
¿Usted ha logrado meterse en el inconsciente de otras personas?
Meterme no, pero abrirlo sí. Hace rato vino una mujer llorando porque se murió su hermano menor. Y le dije: ‘pregúntate por qué te afecta tanto. Un hermano menor ocupa tu lugar. Quizá te haya dado alegría que se fuera, pero te sientes culpable y por eso lloras.’ Con eso le abrí algo. El inconsciente no es tu enemigo, es tu aliado. Pero cuando ves toda tu suciedad y tus límites e imperfecciones… lloras, primero. Luego, poco a poco le das la mano a tu ego, te das cuenta que has llegado a donde has llegado por todos tus defectos y, entonces, te encuentras.
¿Cuál ha sido el arte que le ha ayudado a sanar?
Varios. En la pintura hay muchos ejemplos. Porque el arte va hacia a ti. Pero lo más importante es que tu vayas hacia a él. Porque te habla de cosas que todavía no ves. Te muestra también lo que no oyes, lo que no dices. Lo inefable. Y entrando en lo inefable te vas descubriendo a ti mismo. Para eso hay que ver el arte con buena voluntad. La sociedad, con sus prejuicios, nos encierra en una jaula. Y lo que hace el arte es abrirte la jaula y mostrarte la belleza. No hay verdad, pero hay belleza.
El País

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